Tim Burton como siempre crea una película donde lo aterrador está presente, pero con un toque de humor negro que hace una combinación perfecta. La película es del año 1988, y los efectos son propios de la época, pero personalmente me encanta ver estas entregas que son de años atrás, y que aun así entretienen no importa como se vean.

La trama comienza con una pareja que viven en una hermosa casa. Lamentablemente mueren y se convierten en fantasmas. Luego llegará una nueva familia a habitarla, pero los nuevos fantasmas harán lo que sea por sacarlos de su propiedad, así tengan que llamar a un personaje tan grotesco como Beetlejuice.

Michael Keaton interpreta a Beetlejuice, un difunto muy peculiar que trabaja realizando exorcismos de vivos, es decir, echa a los vivos que tanto molestan a los muertos por una u otra razón. Beetlejuice es detestable, sucio, repugnante y hasta cínico... que más les puedo decir, un muerto que no tiene vergüenza por su condición, adopta las formas más grotescas posibles para ahuyentar a los vivos y cumplir con su trabajo, lo cual le encanta.


Además quiere casarse con Lydia (Winona Ryder), la hija de la nueva pareja que arriba a la casa. La chica es sombría, oscura, y no le tiene ni pisca de miedo a los fantasmas.
El humor que maneja es una de las cosas que más me ha gustado, sobretodo las escenas cuando muestran la sala de espera para muertos, personas desafortunadas que han fallecido de todas las maneras posibles, aplastados, quemados, degollados, esperando entre millones de turnos.

Cualquier fanático de Tim Burton habrá visto esta película, o sino, tendrá que verla, porque no solo muestra la imaginación que tanto nos gusta de este director, también es uno de los personajes más representativos que han surgido de esta maravillosa mente.